Aquel hombre llevaba una sombrilla enorme del color de la Rosulus
Centrilla. Lili odiaba a esa flor. Siempre queriendo ser el centro de atención
con sus cantos nocturnos; eso sí, una vez espachurrada, tenía un bonito color
rosa. En su cuello parecía que llevaba centenares de gallinas muertas
de todos los colores.
Dejó la sombrilla, se sentó debajo del único árbol de su
jardín, y se puso a beber de una taza que saco de su bolsillo. Cada trago,
echaba una cereza. Hasta ahí pudo ver, pues ese hombre se escondió en su casa
con el primer rayo de sol.
-¡Lili!, deja de soñar niña, las gallinas no se alimentan solas- ¿Que
no?. Eso bichos eran más listos de lo que pensaba Mama Jones. Arrasaban tanto
en el jardín, que Lili podría encontrar por lo menos 200 ramas para su
colección de ramas: "mi colección de ramas". Tardó un poco en
bajar del tejado; tuvo que dejar que se le pasara ese estado hipnótico que le
había causado ese ser.
A las doce de la noche, Mama Jones se sentaba en su mecedora del
porche fumando de su gran pipa que llegaba hasta el suelo. El ritual nocturno "del fumar" consistía en mirar fijamente a las pocas luciérnagas que se atrevían a acercarse a ella. Y en fumar, claro. Todo ritual que no consistiera en hacer al menos el 50% de lo que expresaba su nombre, estaba muy mal visto por el gremio de los rituales.
De repente, se oyó el crujir de la puerta de al lado. Salió aquel
hombre, vestido de colores muy vivos, un sombrero altísimo y plumas de colores
que le rodeaban su fino cuello. Su piel blanca se veía resplandeciente con la
luz de la luna. Una piel demasiado blanca.
-¡¡Vuelva al infierno de donde salió MALDITO DEMONIO!!-
Era muy divertido ver a Mama Jones esconderse detrás de una de sus
gallinas. El poder de invisibilidad
que provoca una gallina en la cara, lo tenía muy dominado.
Lili volvió a su estado hipnótico con ese hombre. Sentía deseos de
esconderse dentro de ese gran maletín para conocer el mundo de la ciudad y ver
que pasaba con aquellas gallinas que se quedaban sin plumas.
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